Jessica Saiden, Diputada Presidenta de la Comisión de Seguridad Social de la Cámara de Diputados.
En tiempos en que los desafíos de la seguridad se tornan cada vez más complejos y multidimensionales, el concepto de seguridad hemisférica vuelve a cobrar vigencia. No es un término nuevo: tiene raíces profundas en la historia diplomática de las Américas y ha estado vinculado tanto a la defensa colectiva como a la cooperación regional. Sin embargo, la pregunta es inevitable: ¿qué significa hoy hablar de seguridad hemisférica? y ¿cómo podría ser aplicable a un país tan diverso y plural como México?
La seguridad hemisférica surgió como una noción geopolítica en el marco del sistema interamericano, bajo la tutela de la Organización de Estados Americanos (OEA) y del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Durante la Guerra Fría, estaba orientada principalmente a la contención militar y al alineamiento ideológico frente a amenazas externas. Pero, en el siglo XXI, esta visión se transformó: la seguridad ya no se entiende solo en términos de ejércitos y fronteras, sino también como la capacidad de los Estados de proteger a sus poblaciones de riesgos transnacionales.
Hoy, la seguridad hemisférica es sinónimo de seguridad multidimensional. Se trata de un enfoque que reconoce que fenómenos como el narcotráfico, la migración irregular, el terrorismo, la cibercriminalidad, el cambio climático y hasta las pandemias forman parte de un mismo mapa de riesgos. En consecuencia, ningún país del continente puede enfrentarlos en solitario.
Sin embargo, deben de advertirse ciertas particularidades del enfoque hemisférico; a saber:
Multilateralismo realista: La seguridad hemisférica exige cooperación, pero también equilibrios. Estados Unidos de América ha intentado marcar la agenda, aunque América Latina demanda que sea construida sobre la base del respeto a la Soberanía y la diversidad cultural.
Más allá de lo militar: A diferencia del pasado, hoy la seguridad hemisférica incluye dimensiones civiles: fortalecimiento institucional, políticas de prevención, protección de derechos humanos y resiliencia comunitaria.
Agenda 2030 como brújula: La seguridad se vincula con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El ODS 16, que promueve la paz y las instituciones sólidas, es central. También el ODS 11, sobre ciudades resilientes; y, el ODS 17, que subraya la importancia de las alianzas internacionales.
Nuevas amenazas, nuevos retos: El narcotráfico ya no se reduce a rutas tradicionales: ahora se entrelaza con el lavado de dinero, la trata de personas, el tráfico ilícito de armas y la corrupción política, configurando verdaderas redes de delincuencia organizada transnacional.
A su vez, los riesgos no se limitan al ámbito criminal: fenómenos globales como el cambio climático y los desastres naturales generan crisis humanitarias y deterioro ambiental que desbordan las capacidades nacionales, mientras que la pobreza extrema, la exclusión social y las enfermedades como el VIH/SIDA revelan vulnerabilidades sociales que también amenazan la estabilidad.
En paralelo, el terrorismo, con su potencial acceso a armas de destrucción masiva y la creciente amenaza de ciberataques, agrega un frente adicional de preocupación. Todo ello, complejiza el panorama de la seguridad en el siglo XXI, donde la defensa de la Soberanía y la independencia nacionales debe articularse con estrategias integrales que atiendan simultáneamente las amenazas tradicionales, criminales, sociales, ambientales y tecnológicas.
Bajo esa óptica, México, por su ubicación geográfica y su peso demográfico y económico, es un actor estratégico en el hemisferio. Pero lo es también por su diversidad y pluralidad, que plantean retos singulares. Entonces surge la idea: ¿Cómo puede México aplicar el enfoque hemisférico?
Es inevitable remitirnos a la estrategia de seguridad de la presidenta Claudia Sheinbaum, pues está basada en la proximidad comunitaria y la coordinación intergubernamental, lo cual puede insertarse en el marco hemisférico como ejemplo de un modelo centrado en las personas, no en la militarización.
A su vez, México puede promover mecanismos hemisféricos de intercambio de inteligencia digital para enfrentar fraudes, espionaje y ataques cibernéticos que afectan tanto a gobiernos como a empresas y ciudadanos.
Por otra parte, la creación de protocolos regionales para la atención de huracanes, incendios forestales o terremotos permitiría salvar vidas y reducir costos sociales y económicos.
Asimismo, no debemos olvidar que por historia y geografía, México puede asumir el papel de mediador entre los intereses de América del Norte y América Latina. Su diplomacia activa puede darle mayor influencia en los foros multilaterales.
Pese a lo anterior, persisten retos a enfrentar como son la desconfianza ciudadana hacia las agendas de cooperación internacional, percibidas a veces como imposiciones externas; la fragmentación política interna, que dificulta construir consensos de largo plazo, o bien, las tensiones con Estados Unidos, donde la seguridad se asocia a control migratorio y combate frontal al narcotráfico, mientras México busca enfoques más sociales.
En conclusión, la seguridad hemisférica no debe verse como una receta importada ni como un simple mecanismo de defensa colectiva. En un mundo interdependiente, se trata de reconocer que los problemas de seguridad que enfrenta México son parte de una red de amenazas compartidas.
Así, para un país tan diverso y plural como México, la clave está en adaptar este concepto a su propia realidad: fortalecer capacidades internas, respetar los derechos humanos, priorizar la prevención social y al mismo tiempo construir alianzas estratégicas que le permitan influir en el rumbo del hemisferio.
La seguridad hemisférica, bien entendida, no es solo proteger fronteras: es proteger vidas, dignidad y futuro. Y ahí México tiene mucho que decir y aún más que aportar, desde el Congreso de la Unión debemos crean puentes de diálogo para asegurar política pública interrelacionada con otras latitudes.